Mi piel cambia de color según mi ubicación. En México me han llamado “paliducha”, “Gasparín” y hasta “Lisa Simpson” (piel amarilla). Para el otro lado del río y del otro lado del charco soy “brown” (café). Mis orígenes hasta mis tatarabuelos es una mezcla entre indígenas, mestizos y españoles. Siempre he pensado que cabe la posibilidad de que, muchas generaciones atrás, algunos ancestros de origen español tomaron en sus manos las vidas o las virginidades de mis otros ancestros indígenas o mestizos. Nunca lo sabré ni me interesa investigarlo, pero es un pensamiento que vive en mi árbol genealógico.
¿Cómo se vive el racismo sistematizado cuando tu “raza” no es evidente y cuando tu color cambia según con quién te comparan? La mayoría de las veces, en silencio. Nada sabio le puedo comentar a una persona que no es mexicana cuando me observa con un dejo de decepción al sentirse engañada por mi color, después de enterarse “de dónde vengo”. Me imagino que pensarán: “me acerqué a ella porque la vi de un color aceptable, y resulta que es mexican”. He notado cambios de actitud en algunas personas de otros países después de que saben de dónde soy. En México, entre mexicanos, me ha tocado que personas me manifiesten una especie de “rechazo” por haber nacido en la Ciudad de México (“¿Chilanga? Mmm…”), me pongan apodos o hagan burla de mi “acento”. Siendo chilanga (por nacimiento y convicción), la verdad es que nada de lo anterior hace mella en mi espíritu como sé que tampoco le afecta a muchxs de quienes comparten mis orígenes.
Los retos reales se encuentran en la participación y acción social. Carezco de total crédito o credibilidad ante los ojos de otros porque no soy lo suficientemente indígena o morena para hablar en defensa de los derechos de los pueblos originarios de México. Tampoco puedo alzar la voz junto al privilegio blanco: no soy una “pura” que puede “ejercer ese poder” para generar un cambio entre “los suyos”. Soy una de miles y miles de mestizas y mestizos mexicanos que formamos la mortadela del sandwich social entre los indígenas y los blancos. Parte de todo y parte de nada. Mezcla de la mezcla. Sin permiso para hablar por ninguno de los dos bandos, y criticadx al mismo tiempo por parecer indiferente ante el problema de racismo en México, que venimos arrastrando desde hace más de 500 años cuando aquellos “blancos españoles” llegaron a adueñarse de nuevas tierras antes de que sus amienemigos “blancos ingleses” les ganaran. ¿Se han puesto a pensar que la lucha entre los anglosajones y los latinos del nuevo continente es la continuación de la pelea cuasi-milenaria entre Inglaterra y España, solo que en otra ubicación? Al norte del continente, los blancos que huían de la monarquía y la iglesia llegaron a eliminar a los nativos, les robaron todo y les “permitieron” a los sobrevivientes establecer reservas. Al sur, llegaron por mandato de la monarquía y la iglesia a imponer un virreynato y una nueva religión, al costo de la vida de muchos que intentaron defender lo suyo.
Abeja trabajadora mestiza. Es complicado tratar de ser parte de la lucha contra el racismo sistémico cuando no encuentra una dónde colocarse sin incomodar. No obstante, cada día lo intento. Una palabra, un gesto, o una pequeña acción a la vez. Porque al final, soy la mezcla de las partes: viven en mí oprimida y opresora, y ambas aman a México con todo su corazón.
— Ilustración: «Nuestro sustento», por Mazatl