En la V Región de Chile hay una notable afición a la moda y una profunda apreciación por las y los diseñadores locales. La ropa hecha a mano es altamente valorada por sus habitantes. Esa noche de septiembre, a pesar de haber dos eventos más y un juego de “la selección” ocurriendo al mismo momento, un gran grupo de porteños se dio cita en la esquina de Almirante Montt y Beethoven en Valparaíso, Chile, para disfrutar un evento de lanzamiento de la tienda y marca de ropa “Cómplices”. La temporada debutante, áptamente nombrada “Empatía”, destacaba entre sus icónicas prendas coloridos calzones multi-tela, los polerones de cuello ancho, cerrados y con capucha y las blusas de corte ancho y manga estrecha. Pero esta noche particular tenía una misión más profunda: abrir una conversación anti-machista y presentar diferentes versiones de la feminidad en diferentes canales artísticos en una velada con vino y botanas, musicalizada por reconocidxs artistas locales. El proyecto llamado “Las Valientes 5 Jones” tuvo como tema central “Cinco mujeres se expresan sobre El Machismo Mata”.
La diseñadora de modas vanguardista Tamara Ramos puso el vestuario; La Girola realizó las tomas de las prendas y vestuario en la modelo y actriz Bárbara Asenjo como un homenaje a Helmut Newton y su icónico estilo disruptivo. Se eligieron cinco fotografías del talentoso maestro como inspiración. Las imágenes finales fueron exhibidas en tamaño póster dentro de la tienda desde la noche de la fiesta hasta terminar el mes de septiembre, pero también formaron parte integral de otra pieza que también debutó: la fanzine “La Nube”. Esta pequeña revista hecha a mano por la productora, se anida en la expresión de personas que se identifican como “mujer”. Armada con el método collage entre las fotografías y recortes de otras revistas y después reproducida en fotocopias blanco y negro, incluye un breve escrito por cada una de las involucradas del evento (la diseñadora de modas, la modelo-actriz, la fotógrafa, la editora digital y la productora). El arte, el vino, las botanas, la música en vivo, la nueva página Web de la tienda y la fiesta fueron compartidos con aficionados y vecinos; fue un evento exitoso del que muchos locales hablaron al día siguiente.
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Era un domingo de celebración en la casa cohabitada por un acordeonista profesional, una modelo-actriz, una estudiante de violín y una productora viajera. En una primera planta de un edificio cuya estructura rebasaba los 120 años de antigüedad, el acordeonista, su amigo filmógrafo y la productora se disponían a compartir la cena para celebrar el evento de la noche anterior en el que los tres habían participado con sus respectivos talentos.
La conversación de esa noche comenzó por el evento que habían tenido en común y los comentarios que cada uno había escuchado ese día de sus amigos invitados, pero pronto se volvió un tejido de anécdotas de viajes, proyectos de otros momentos y una vasta minucia de comentarios propios de una tertulia nocturna y dominguera típica en el puerto chileno de artístico corazón.
El gato Bauti decidió reunirse con ellos durante algún rato y dejarse acariciar un poco por los comensales de su cocina. Recién se había mudado de una casa con jardín y parecía extrañar sus amplias instalaciones anteriores comparadas con su nueva habitación dentro de una dúplex de 1890, pero sus encantos le ayudaban a ir expandiendo su territorio. La temperatura había subido justo lo necesario para abrir la única ventana de la cocina y dejar que corriera un poco el aire sereno de la noche costeña. Después de una once sin mayor gracia, la sopa caliente con el tinto les vino a los tres como anillo al dedo, además de que es la cena más común del puerto en esa época del año. La media noche aún estaba algo distante pero ya el silencio reinaba sobre el diario barullo. El doble salto de Bauti, primero hacia la ventana y después hacia un siguiente punto exterior no visible, le tomó al grupo por sorpresa. Aquello de inmediato se transformó en culpa cuando cayeron en cuenta que se les había escapado el gato por la ventana. La conversación cesó y los tres se acercaron al viejo marco de madera, que tenía una ventana deslizada completamente sobre la otra, para asomarse y conocer el destino del escurridizo y esponjado felino.
El acordeonista narró al paramédico que ese fue el último momento que estuvieron los tres juntos en la cocina antes de que ella saltara por la ventana detrás del gato y sufriera la primera de dos caídas. Tratando sin éxito de recuperar al escurridizo cohabitante, la productora había resbalado uno de sus pies y cayó desde la ventana a la cornisa que enmarcaba la parte superior de la puerta del vecino, que a su vez estaba protegida por una espiral de púas. En ese momento fue cuando se golpeó la cabeza y perdió la conciencia. El videógrafo y el roomie contemplaron atónitos la escena durante algunos segundos antes de reaccionar. El primero bajó las escaleras y salió al callejón para evaluar la situación desde abajo. El segundo, continuando su breve y angustiada narrativa de los hechos al enfermero mientras éste terminaban de amarrar a su vecina de casa a la camilla, afirmó que él se quedó asomado a la ventana para guiar a su amigo en el rescate. Ambos coincidieron que había que era escalar hacia ella para bajarla. El problema, dijo, fue que no anticiparon que los barrotes de la ventana de la que se apoyó el amigo para el rescate, tenían 120 años de exposición al aire salino del puerto sureño, y que inevitablemente se quebraron cuando el aventurado rescatista ya tenía a la productora sobre sus hombros. Esto ocasionó la primera caída de él, en la que se lastimó el cuello, y la segunda caída de ella, donde nuevamente se golpeó en la cabeza -esta vez comenzando a sangrar y aún sin recuperar el sentido. “Fue entonces cuando bajé, le tomé la mano y le dije una y otra vez: si me escuchas apriétame la mano. Cuando lo hizo, le pregunté si quería una ambulancia, me volvió a apretar y fue cuando les llamé, po”. El paramédico asintió, le agradeció y le dio indicaciones a su equipo para levantar la camilla y recorrer de nuevo el angosto callejón antes de descender la escala para llegar a la ambulancia que llevaría al hospital general a la intrépida pero semi-inconsciente mina.
El personal médico hizo el debido trabajo y las heridas resultaron ser más superficiales que profundas, así que tanto el videógrafo como la productora sobrevivieron y fueron dados de alta siete horas después. Salieron del hospital con los primeros rayos del sol del nuevo día. La ciudad se encontraba aún suspendida de toda actividad, por lo que la única forma de transporte para regresar a casa sería caminando durante al menos una hora. Empero, después de caerse de una ventana, golpearse la cabeza dos veces y seguir viva, esa le pareció una feliz opción a la productora.
Nota: este relato está basado en un hecho que realmente aconteció.