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Alex llevaba varias semanas sin dormir bien.

Los pesares de la vida no le eran ajenos. Habiendo lidiado con el rechazo y la discriminación hacia su persona por conocidos y extraños, su carácter se había curtido ante los golpes físicos y morales a los que se había enfrentado por más de dos décadas. Además, ya le habían tocado dos terremotos, varias crisis económicas y otras oleadas de virus devastadores. “Ya relájate”, se repetía a sí misma frente al espejo, que le devolvía un pardo reflejo de su cara desmaquillada y perfilada por la luz que entraba por la pequeña ventana del baño. La situación actual le inquietaba como nada antes lo había hecho.

En una sola ocasión anterior le había abrumado el miedo a perder a sus padres, después de que en clase les enseñaran los ciclos de vida naturales. Ese día, apenas sonó el timbre de la escuela, Alex corrió sin descanso, con todo y mochila en la espalda, directo a su casa. Entró por la cocina dejando sus zapatos afuera, y corrió directo a la silla reclinable de su padre, que se encontraba leyendo el periódico. “¡Papá, no te mueras nunca!” le imploró en su pequeña voz. El padre, ya mayor y siempre serio, esbozó una sonrisa y cubrió la espalda de su hijo con su brazo derecho, soltando un lado del periódico. Su madre caminó unos pasos desde la cocina hasta donde estaban y se unió al abrazo, dándole un beso a la cabeza de su pequeño.

Ese recuerdo había quedado sepultado bajo la memoria de la última vez que estuvieron frente a frente, cuando padre e hijo se hicieron de gritos e insultos. Aquella épica pelea había terminado en un llanto desconsolado para la madre, que pudo evitar que su marido le golpeara, pero no que le corriera de la casa. “Ése ya no es mío”, sentenció, cerrando detrás de si la puerta de su habitación. Alex partió esa misma noche con sus pertenencias hacia la ciudad sin mirar atrás. La madre pereció a los pocos meses, hundida en el dolor, pero a Alex se le avisó por terceras personas que no era bienvenida para velarla.

Tenía 20 años de no ver ni escuchar a su padre ni a sus hermanos, pero era más grande la ansiedad de no volverlos a ver que el miedo a un posible enfrentamiento. Decidió ponerse un vestido negro con detalles dorados, que le hacía verse elegante pero formal. Eligió un maquillaje sobrio, prescindió de la joyería y se recogió su largo cabello negro en una cola trenzada. Lo menos que quería era causarle una conmoción a su viejo con un atuendo exageradamente vistoso.

Llegó al portón que separaba la casa de su infancia de la banqueta, y tocó tres veces.

“¿Papá?” – susurró. El silencio que siguió le hizo un hueco en el estómago.

Una señora que ella no conocía le abrió la puerta: “¿A quién busca, señorita?”
“Estoy buscando a Don Pascual”, dijo con una voz más fuerte y segura para asegurarse de que lo escucharan a través de su cubrebocas.
“Está en su recámara. ¿Quién es usted?”
“Soy… soy su hija, la que vive en la ciudad.”
“Ah sí, me avisaron. Pásele.”

Se quitó sus zapatos a la entrada y caminó con prudencia hacia la pieza, que tenía la puerta abierta. Para ganar tiempo, hizo una primera pausa, sacó su botecito de alcohol en gel y se puso un poco en las manos, frotándolas. Lo guardó de nuevo. Antes de llegar al marco, se detuvo una segunda vez. Tomó un respiro mientras una lágrima comenzó a derramarse por su mejilla. Se la quitó velozmente, tomó un respiro profundo, y continuó avanzando con cautela.

Cuando por fin estaban sus pies en el límite de la entrada, levantó la vista. La habitación seguía igual que la última vez que la vio. Su padre estaba sentado en una mecedora con los ojos cerrados, pero al sentir una presencia cercana, los abrió y volteó. Alex sentía que temblaba y sudaba frío; todas las emociones parecían estar peleando por manifestarse. Se quedó inmóvil, sobrecogido por el momento.

Como si un resorte se hubiese activado, el padre se levantó sin dudarlo, con una fuerza que Alex no esperaba debido a la avanzada edad que ya tenía el señor. Antes de poder emitir sonido, sintió no uno, sino los dos brazos de su papá rodearle el cuerpo y apretarlo, y lo escuchó decir: “Hija, te amo. ¡No te mueras nunca!”.

– Nota: este escrito es ficción inspirada en la realidad.

– Créditos de la fotografía de portada y la que acompaña (Picture credits):  Shadow 2 and Shadow 4, from Pol Úbeda Hervás.